sábado, 14 de agosto de 2010

Viaje al futuro: Robots

El sueño de crear inteligencia

Japón sueña con robots. Los acepta, los investiga y los necesita. Pioneros de la producción de robots industriales desde hace décadas, la investigación se centra ahora en los androides o humanoides, las criaturas de apariencia más o menos humana cuya finalidad última debe ser servir en la vida cotidiana. Todavía faltan muchos años para que la realidad se asemeje al viaje al futuro que la ciencia ficción emprendió, pero la revolución robótica es el siguiente reto tecnológico japonés. 
 
 
Un robot guía en un hospital de Aizu-Wakamatsu. Se encarga de informar, cargar con el bolso y acompañar a los visitantes
"Veremos tantos robots útiles que no sabremos cómo manejarnos sin ellos, como sucedió con los ordenadores", pronostica el profesor Ishiguro
La alargada y abarrotada sala de espera del hospital Aidu Chuo de Aizu- Wakamatsu, una ciudad de tamaño mediano en las montañas centrales de la isla principal de Japón, sería como cualquier otra si no fuera por un brillo verdoso intenso e intermitente y una voz mecánica que va repitiendo a intervalos: “¿Puedo ayudarle en algo?”. Los dos robots guía del centro sanitario privado reposan en dos rincones y se hacen oír hasta que algún paciente curioso se les aproxima. Una joven se acerca y aprieta el botón en la cabeza achatada con orejas de perrito, y el robot le inquiere sobre si desea que le tome la tensión sanguínea o la acompañe a algún sitio. “¿Dónde está la consulta 514?”, pregunta la sorprendida paciente, y el androide empieza a moverse. “Sígame”, le dice, y se ofrece para llevarle el bolso, que la mujer deja sobre el delgado pero poderoso -acero recubierto de plástico- brazo. Las ruedas del robot se deslizan siguiendo una cinta adhesiva blanca pegada en el suelo hasta que llegan al ascensor, el androide se detiene e informa a la mujer que debe subir a la quinta planta y luego girar a la derecha.
El hospital Aidu Chuo, sito en una ciudad de leyendas de samuráis donde los inviernos todavía son nevados, cuenta con dos robots guía capaces de cantar villancicos por las Navidades y con otro recepcionista, que proyecta en la pared el recorrido que debe realizar el interesado. “Somos el primer hospital en introducir robots de servicio y lo hemos hecho para que la gente se vaya acostumbrando y, de paso, se divierta mientras aguarda su turno, porque en el futuro, y más con la gente mayor, será muy habitual el contacto con los robots”, explica Naoya Narita, portavoz del centro, que ha convocado un concurso público para que la gente local decida qué nombre poner a cada robot. Los tres modelos han sido fabricados por Tmsuk, una empresa pequeña que ha apostado por el incipiente mercado de los robots de guía, de información y de seguridad. Y pese a que los japoneses, por lo general, suelen tolerar con agrado la presencia de humanoides u otros ingenios robotizados, todavía no se han rendido a la utilidad de los robots del hospital, que son más un complemento que una alternativa.
Los investigadores confirman que nos encontramos en los albores de los robots de servicios, pero el Gobierno japonés ha hecho una apuesta en firme por su desarrollo, y el punto de partida simbólico fue la Exposición Universal de Aichi, celebrada el 2005, en la que se presentaron más de cuarenta prototipos diferentes. “Estoy convencido de que aún en nuestras vidas veremos tantos robots útiles que no sabremos cómo manejarnos sin ellos, como sucedió con los ordenadores, que se investigaron sin saber para qué iban a servir y ahora son imprescindibles , afirma Hiroshi Ishiguro, profesor de Sistemas Mecánicos Adaptados de la Universidad de Osaka.
En realidad, las palabras y la voz de Ishiguro han brotado a través de su replica robotizada, a la que ha llamado Geminoid, un clon de silicona de su creador. Hiroshi Ishiguro, que roza la cuarentena, no teme envejecer viendo frente a frente a su retrato mecánico. “Te acostumbras, al igual que se acostumbraron mis hijos el día que me llevé a casa a Geminoid; tardaron varias horas en hablarle y al principio estaban asustados, pero luego se comportaron como si fuera yo mismo”, confiesa exultante.
El profesor Ishiguro insiste en que haga la entrevista a Geminoid. Pregunta tras pregunta, el humanoide va respondiendo y, mientras, gesticula, hace muecas con la cara y, si se produce algún ruido, gira bruscamente la cabeza en la dirección del ruido. Estas características diferencian a Geminoid -que ha recibido el implante de pelo del profesor, tiene sus mismas pecas y lunares y viste la misma ropa- de una muñeca operada por control remoto, aunque su operatividad como robot es muy limitada. Geminoid parpadea y mueve las pupilas de forma intuitiva, pero sus ojos no ven más que a través de unas cámaras exteriores; mueve la boca articuladamente, pero no habla sino que transporta la voz de Ishiguro a través de un altavoz. Geminoid gesticula, pero es un androide inmóvil, que tiene que estar sentado porque los cables de aire comprimido que facilitan sus movimientos entran por la silla. "Lo importante es la presencia, no la inteligencia, pues para lograr un humanoide inteligente perfecto aún nos faltan décadas o siglos, con la tecnología a nuestro alcance”, dice el profesor, cuyo interés primordial es el estudio de la relación entre el robot y el ser humano.
Geminoid tiene una hermana de silicona, llamada Repliee Q, cuyo rostro fue hecho según las directrices de un estudio que determinaba cómo era el aspecto facial medio de las japonesas. Hace un par de años, Repliee Q presentó un informativo nocturno de televisión, un experimento más para estudiar la reacción de la gente. “Cuando nos relacionamos con un robot actuamos de forma diferente, pero con un humanoide tipo réplica acabamos por acostumbrarnos “, asegura Ishiguro.
Una anciana, en una residencia con Paro, un robot de compañía con forma de foca
La industria de la robótica industrial mueve en Japón, líder mundial del sector, unos 6.000 millones de dólares al año, pero el interés por fomentar la robótica de humanoides responde al envejecimiento de la población
Replicante en la reunión
Tal vez este principio de presencia que los japoneses llaman Sonzai-kan sea la puerta para que en un futuro no muy lejano los presidentes y los consejeros delegados de grandes empresas puedan dirigir reuniones aunque ellos estén físicamente a miles de kilómetros de distancia. El sistema es sencillo. El replicado habla a través del replicante gracias a la conexión por internet. “La próxima vez que tenga que dar una charla en Australia enviaré a Geminoid, y así puedo fumar y hacer lo que quiera mientras los estudiantes hacen sus preguntas “, añade Ishiguro, quien deja para las empresas privadas la búsqueda de aplicaciones más prácticas para sus robots. Muchas compañías invierten en el Instituto de Investigación Avanzada de Telecomunicaciones (ATR), en el parque tecnológico de Kansai, cerca de Osaka, donde esta guardado Geminoid, proyecto financiado por la empresa Kokoro. Por los pasillos del ATR deambula a veces otro prototipo, Robovie 4, un robot de ayuda capaz de entablar una conversación corta con quien encuentra a su paso. Robovie 4, bajito y rechoncho como la mayoría de los androides (que ocultan bajo el abultado tronco la batería de alimentación y el ordenador), también está siendo utilizado para analizar las reacciones de las personas. Pero es Geminoid quien remite al principio de la creación y abre el dilema de los límites de la investigación. ¿La aspiración de los científicos debe ser el logro de réplicas humanas como en la famosa película “Blade Runner”? Por otro lado, si en el futuro se va a enviar a robots a hacer la guerra, ¿no es mejor que tengan aspecto humano y expresen sufrimiento cuando sean abatidos para que no olvidemos la destrucción que comporta toda guerra?
“De momento no hay mucho de lo que preocuparse, pues hoy por hoy un niño de tres años tiene más inteligencia que un robot “, asevera Tsukasa Ogasawara, profesor del Laboratorio de Robótica del Instituto Nara de Tecnología y Ciencia Industrial Avanzada (Naist), otro centro de investigación privado en el corazón de la industrial región de Kansai. En el Naist investigan con el prototipo HRP-2, un robot creado por el equivalente al CSIC japonés, el Instituto Nacional de Ciencia Industrial Avanzada y Tecnología (AIST), el organismo público que intenta aplicar la política de dar prioridad a la robótica de servicios. La industria de la robótica industrial mueve en Japón, líder mundial del sector, alrededor de 6.000 millones de dólares anuales, pero el interés por fomentar la robótica de humanoides responde al envejecimiento de la población. Las autoridades calculan que en el 2050 el 38% de la población japonesa será mayor de 65 años y para mantener el estado de bienestar no queda más remedio que crear robots. También existe la posibilidad de favorecer la inmigración, pero esa idea aún genera escepticismo en el racialmente homogéneo Japón.
El HRP-2 tiene una silueta fácilmente reconocible y futurista. Es lo más parecido a un guerrero Mazinger-Z, y su aspecto exterior fue diseñado por el conocido autor de manga -cómics japoneses- Yutaka Iyubuchi. Se trata de un humanoide capaz de caminar, pero el equipo de Ogasawara ha decidido sentarlo para explorar más a fondo sus utilidades manuales. “Pásame un periódico”, ordena un miembro del equipo. El HRP-2 responde: “¿Cuál quieres, el de la derecha o el de la izquierda?”. “El de la derecha”, especifica el alumno de Ogasawara.
El  ingeniero Takeda Takahiro baila con Mickey Monroe
"Dar inteligencia a los robots es la garantía de que puedan ayudar en casa; de lo contrario, podrían matarte y ni se darían cuenta", dice el profesor Kumiyoshi
El robot levanta su voluminoso brazo, coge el diario de la izquierda y lo entrega. “Me has dado el de la izquierda”, protesta el alumno. “Los robots también nos equivocamos”, suelta el HRP-2, que todavía no tiene la capacidad de reírse de sus propias bromas. Pero el HRP-2 sí puede pintar la cara de su interlocutor, buscar en su interior la conexión a internet y leer los titulares de la prensa o informar del tiempo que va a hacer en determinado lugar, entre otras funciones.
El equipo de Ogasawara investiga la ductilidad de sus manos, aspira a conseguir que pueda coger y transportar sillas o mesas. “Muchas cosas son posibles, pero hacerlas a la vez es lo difícil. Un ser humano es muy complicado, y reproducirlo en un robot es casi imposible. A un robot puedes dotarle de vista, pero las cámaras tienen un ángulo de visión de 60 grados, y el ojo humano, de 180; el ojo humano puede ver de cerca y de lejos a la vez, pero la cámara no; el ser humano se adapta fácilmente al cambio de luz si sale de un interior al exterior, pero el robot no, y así muchos ejemplos, como qué hacer para que el robot pueda copiar la importancia del lenguaje corporal durante la conversación”, valora Tsukasa Ogasawara.
El robot perfecto depende de la consecución de la investigación de la inteligencia artificial. Para el profesor Yasuo Kuniyoshi, del departamento de Física Aplicada de la Universidad de Tokio, institución que pasa por ser la mejor de toda Asia y una de las 15 mejores del mundo, el secreto se encuentra fuera de la computación. “La inteligencia surge de la interacción, no sale únicamente de los genes sino también de la experiencia, el cuerpo da forma al cerebro, así que el robot debe tener los mecanismos físicos para aprender y no sólo una programación informática”, resume Kuniyoshi.
Yasuo Kuniyoshi ha creado un robot saltarín, un androide de unos 50 centímetros de altura capaz de flexionarse e impulsarse desde una colchoneta y aterrizar en una silla. “Hay que dar inteligencia a los robots porque esa es la única garantía de que puedan ayudar en casa, de lo contrario podrían matarte y ni se darían cuenta”, expone el profesor Kuniyoshi, quien cree que el robot más logrado hasta el momento es el Asimo de Honda.
Asimo habla, sube escaleras, corre y hasta persigue a un grupo de niños por la calle en un anuncio televisivo reciente emitido en Japón. Asimo es un robot autónomo encorvado que parece cargar con una mochilita y ha llegado a hacer demostraciones de servir una bandeja de comida en una habitación de hospital. Asimo, cuyo nombre es un homenaje al escritor y científico ya fallecido Isaac Asimov, redactor de las tres leyes de la robótica que aún guían a los investigadores, se exhibe cada día en el museo Miraikan de Tokio, donde los niños se acostumbran a la presencia de robots en su vida. El Miraikan se encuentra en el barrio ganado al mar de Odaiba, donde también pululan robots de seguridad en el centro comercial Aqua City. Los humanoides del Aqua City, de la empresa Alsok, despiertan más simpatía que miedo, son más como peluches de acero que Robocops justicieros, pero registran en sus entrañas lo que escapa a las cámaras de seguridad.
Cargar la compra, acompañar, bailar
Los científicos creen que los primeros robots al servicio del ser humano, en un plazo de 20 años, serán mas bien acompañantes para ir de compras -cargarán con los paquetes.-u otros robots guía. Hasta ahora los principales robots no han sido comercializados. El Asimo ha sido utilizado por Honda como referencia de la capacidad de investigación de la marca automovilística, que sigue usando robots en sus plantas de montaje y que aspira a dar con el robot conductor. Toyota, por ejemplo, ha replicado con un robot que toca la trompeta y que se exhibe en la tienda principal de la marca en Tokio.
Igualmente, Sony, que se atrevió a vender su perro robot Aibo, ya ha dejado de comercializarlo por falta de rentabilidad. La empresa Mitsubishi lanzó en el 2005 el primer robot doméstico, al que llamaron Wakamaru, pero lo han retirado tras haber vendido menos de 70 unidades. El Wakamaru, que recuerda al muñeco Michelin pero en color amarillo, estaba diseñado para hacer compañía en casa y era capaz de aprender a qué habitaciones podía entrar y cuáles no, de enviar e-mails y avisar cuando los recibía el dueño de la casa, de supervisar si alguien intentaba entrar, de identificar a los miembros de la familia, de recordar las citas y de buscar documentación de interés.
Hasta ahora, uno de los robots de mayor aceptación ha sido el más curioso, la foca Paro, del profesor Takanori Shibata, que ha vendido 700 unidades pese al precio cercano a los 3.000 euros y que se utiliza en hogares de ancianos y centros sanitarios para combatir enfermedades como el autismo y la pérdida de memoria o como dinamizador de grupos.
 

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